El agotamiento de un método






Conozco a un tipo, probablemente debería decir que es mi amigo, que fue crítico durante los años 90 y buena parte de los 2000. Justo hasta que pensó que lo mejor sería ganarse la vida fuera de una industria de la que había conocido los años de gloria y, también, su más estrepitoso descenso a los infiernos.

En sus mejores momentos, viajó a Amsterdam para entrevistar a bandas del catálogo de Epitaph, realizó giras con grupos americanos por todo el Estado español, recibía llamadas de bandas que querían que asistiera a sus ensayos para poner sus repertorios a punto para la próxima gira y, en bastantes ocasiones, era el último responsable de la cadena de producción de varias discográficas que confiaban casi a ciegas en su visionaria clarividencia que le llevaba a conocer de antemano el potencial de un disco.

Un tío que jamás se aprovechó de su profesión y situación, que jamás incurrió en piratería para lucrarse aunque sí para surtirse. Alguien que simplemente hizo el dinero justo para vivir durante los años que fue profesional. Porque un buen día, lo dejó. Creyendo que podía ser más feliz en otra parte de la cadena productiva, echó a volar y se alejó de las letras de molde y su respetada firma en negrita.

Lo curioso de aquel personaje es que descubría bandas de todos los estilos y todos los colores a borbotones. Sus columnas de críticas de discos eran coloridas muestras de pop-rock-metal-soul-punk de todo el globo terráqueo. En su mayoría novedades. Novedades de grupos nuevos, se entiende. Era su mayor pasión. Descubrir grupos nuevos que colmasen su interminable sed de fuerza, armonía y melodías. No siempre equilibrado. No siempre tan melódico. Pero siempre intentando separar la paja superficial para centrarse en el grano emocional.

En activo, pese a que lo conozco desde nuestra época del instituto, jamás me desveló su método. Suponía que lo tenía. Suponía que como buen periodista el hecho de ser asiduo a librerías en las que había mucho material de importación no era más que un ejercicio, normal y corriente, para estar informado.

Internet lo alteró. Lo agitó. Lo convirtió un poco en un Gollum de las descargas. Primero en Napster, luego en Audiogalaxy, posteriormente a través de una reprogramada versión de KazaA que conseguía que su motor de búsqueda no se detuviese jamás para estar buscando fuentes y aplicándolas a la descarga sin la necesidad de buscar de nuevo, para acabar con emule.

Ya una vez fuera del mercado, tomando un café con él, me confesó cuál era su modus operandi. Compraba alrededor de diez revistas musicales en papel. Más tarde añadió algunas páginas web que venían a ocupar el espacio del papel. Haciendo una enumeración rápida de lo que podía acabar entre sus manos la primera semana de cada mes, decir que recibía un cargamento de revistas inglesas (New Musical Express, Mojo, uncut, Q, Classic Rock y Kerrang), yankees (Circus Magazine, Rolling Stone, Spin…), arrasaba con las revistas estatales (Popular 1, Ruta 66, Rock De Lux, Rocksound/Rockzone, El Tubo y las múltiples revistas heavys de diferentes épocas) y, en épocas de internet, seguía atentamente sobre todo Pitchfork.

Tras echar un vistazo general a cada ejemplar, se centraba en las páginas de críticas de discos. El que, por otra parte, había sido su mayor éxito como periodista musical. Mi amigo siempre prefirió no ser llamado crítico. En las páginas de comentarios de novedades siempre fue meticuloso. “Había que perder las horas que fuesen necesarias”, me contaba.

Leía prácticamente todas las críticas. Pocas veces filtraba por notas o estilos. Simplemente leía en busca de referencias que le podían interesar. “Que leía algo sobre voz femenina salida del country y del folk con un toque aterciopelado en su voz y mucha oscuridad en su música, y zas, apuntaba el título en un cuaderno que únicamente utilizaba como memorando de las cosas que me interesaban”, me narraba.

La cuestión es que su olfato no era tan bueno como yo mismo sospechaba. Pese a conocerlo, nunca fui consciente de que su método era un sistema basto que tejía una inmensa red de pesca por toda la producción periodística musical anglosajona y Estatal.

Repasaba todas las revistas, al milímetro. Lo hacía tanto después de dejar de firmar textos como antes. Hasta la última crítica de la peor revista publicada en Madrid, todo pasaba por sus ojos, todos los meses de todos los años. Las posibilidades, por lógica, se ampliaron con la llegada de internet. Pero siempre me ha asegurado que un cuaderno siempre viajaba a su lado. Allí tomaba apuntes de todo lo que quería escuchar. Así que en la era previa a la red de redes, se gastaba buena parte de su sueldo en comprar discos. Siempre pedidos en la misma tienda para que le hicieran el trabajo sucio con las importaciones. Nunca aceptó un disco de promoción. Los escuchaba pero pasaban a ser biblioteca del medio en el que escribía.

Posteriormente, con las descargas digitales en el bolsillo, siguió gastándose una buena parte de su sueldo en comprar discos solo que abrió su abanico de compras (Amazon, Ebay y Discogs) y de escuchas. Pasó a escuchar muchas más referencias, “calculo que unas 200 cada mes”, pese a que seguía comprando lo mismo.

“Una vez se me estropeó la lavadora y tuve que desmontar varios muebles de cedés para que pudieran sacar la vieja e instalar la nueva”, me aseguraba. Por lo que cabe esperar que la fotografía de su casa se acercase a la de un enfermo de Síndrome de Diógenes, pero con discos y revistas en vez de basura.

Nunca sintió interés por otras demostraciones artísticas. No le interesaba el cine o la literatura. Lo suyo era escuchar música y disfrutar con los discos que realmente le gustaban. Así que en su casa solo había eso, discos, revistas y una lavadora.

Justo cuando lo vi por última vez en muchos años, 2005, bromeé con él asegurándole que iba a hacerme con su método. Sistemáticamente, iba a pelear por escuchar casi todas las novedades que en los textos de las revistas me parecieran atractivas. Supongo que tal y como hacía él pero con la sospecha de que iba a ser de una forma menos eficaz.

Así que dejé de ver a mi amigo para, en cierto modo, convertirme en él. Y de una forma mucho más cuadriculada y meticulosa de lo inicialmente proyectado. De repente mi vida giraba en torno a un cúmulo de referencias y páginas de revista que aún hoy, unos 10 años después, todavía recuerdo. Compraba todas las revistas que podía y me leía la sección de críticas de discos enteros. Yo ya utilizaba una hoja excell para ir almacenando mis posibles adquisiciones tanto por la vía legal como por la ilegal.

Aunque ahora lo recuerdo como un periodo tremendamente extenuante, también tengo que reconocer que fue un momento especialmente placentero dentro de mi vida. De repente pasé a ser una enciclopedia con patas. No se me pasaba un disco o una banda dentro de la producción mundial. Combinaba a la perfección el papel con Pitchfork, los anuncios de discos de las revistas y las extensas listas de novedades de las páginas de descargas directas.

Así, a bote pronto, recuerdo que tropecé con cosas como Neko Case, The Sword, Animal Collective, Be Good Tanyas, Baroness, Coheed And Cambria, Portugal The Man, J. Tillman, Joana Newsom, Brendan Benson, Ryan Adams, Decemberists, The Darkness, Arcade Fire. Bandas y artistas que pasaron a ser parte de mi vida.

Pero aquello era caro, en lo económico y en lo referente al aprovechamiento del tiempo vital, era tremendamente cansado y, llegado un momento, la curva exponencial de placer obtenido mediante la música se estancó. Incluso con el tiempo, comenzó a bajar.

Cada vez era más complicado mantener el ritmo de novedades interesantes. Más y más carpetas amarillas acababan cuanto antes en la papelera del PC. La desilusión y el cansancio hacían su trabajo. Y poco a poco dejé de comprar prensa musical y me alisté en un foro que me hacía el trabajo sucio. Se trataba de ser una pieza de buen ganado y de no buscar tanto y jamás me aportó tanto placer como hacer el trabajo por mi mismo, pero al menos servía para alimentarme de una forma u otra.

Hace unos meses me encontré con mi amigo, el fundador del método. Lo vi cambiado, vestido bastante estándar, en buen estado físico, con un corte de pelo a la moda y sin ningún rastro que te hiciera pensar que aquel tipo había sido quien había sido. Tras el cuestionario mutuo para situar nuestra existencia tras tanto tiempo alejados el uno del otro, comenzamos a bromear. En ese  momento confesé que había seguido su método durante unos cuanto años. Seis o siete.

“Vaya, hace más o menos diez años que lo dejé por completo”, me dijo. Le pregunté por cómo seguía acercándose a la música y me dijo que simplemente, no había música en su vida. “Ni siquiera jazz”, bromeó, “porque pega mucho eso de alejarse del rock y el pop para meterse de lleno en el jazz simplemente porque te ves viejo para el rock n’ roll”.

Había vendido todos sus discos y muchas de sus revistas. Las que no pudo vender, “las quemé una noche de San Juan aprovechando que los críos de mi barrio habían hecho una fogata”. Había recuperado su antigua vocación de Licenciado en Empresariales y era contable de una asesoría jurídica.

En su vida ya no había más música que la que escuchaba ocasionalmente. Reconocía que en muchas ocasiones recordaba canciones y discos enteros en su cabeza. Y que los tarareaba. Pero que jamás escuchaba un disco real. De hecho, no tenía ni equipo de música. Simplemente procuraba leer mucho pero nada relacionado con la música, dar largos paseos por el monte, vivir relajado, alimentarse correctamente y dormir entre 9 y 10 horas diarias.

Sin querer abordar las razones que me llevaron a abandonar a mí el método, le pregunté por su renuncia, no ya sólo a sus sistema de escuchas, sino a toda la música el universo. Encogiéndose de hombros me dijo: “Me agoté”.


Comentarios

  1. Fantástica historia. Creo que quienes devoramos música y tenemos ansias de conocimiento hemos seguido procesos similares... pero sin llegar al extremo de dejarlo. Simplemente, se nos quitan las ganas de ser enciclopedias con patas, que no de escuchar música.

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