BON IVER "22, a Million" (2016)
Justin Vernon llegó al planeta rock, si es que la palabra rock no pesa en exceso para la mentalidad snob, en 2007 de la mano de "For Emma, Forever Ago", un disco planteado desde lo básico y rodeado de un aura de misterio en su envoltorio publicitario. Orgánico, acústico, puro y libre de excesivos artificios. Era imposible prever el éxito pero lo obtuvo. Y lo obtuvo para retenerlo.
Cuatro años tardó en llegar el siempre complicado segundo disco. Homónimo, Vernon quiso que su segundo paso discográfico fuese más rico en matices. Así que si la mística propagandísitica del primer álbum hablaba de enfermedades y de helados bosques perdidos en el medio oeste estadounidense, para el segundo Bon Iver se rodeó de más músicos, de más horas de estudio y, en líneas generales, de más riesgo controlado. El resultado fue inesperadamente notable. Cercano a lo brillante. Sin llegar a la cotas de su debú pero alimentando los corazones de los amantes de ese folk con raíces en el indie de nuestros tiempos.
Ahora, con "22, a Million", es precisamente la experimentación y el riesgo lo que se impone. Bon Iver, la banda, y Justin Vernon, el artista, luchan contra sus limitaciones corpóreas y contra lo musicalmente establecido con cierta valentía y con suficiente arrojo, escapando de la posibilidad de repetirse pero, quizá, embarullando en exceso el resultado final. Por lo tanto, cabe agradecer la falta de miedo y el interés explorador pero también queda preguntarse si lo disparado alcanza lo apuntado.
Es la emoción uno de los conceptos que más parece haberse sacrificado. Al menos, en sus dos primeras obras era un sentimiento mucho más accesible. Para esta ocasión Vernon se atreve a perderse en un laberinto de sensaciones abstractas, tanto en lo emocional como en lo musical, como si de texturas superpuestas se tratasen. Texturas conjugadas con el objetivo de obtener un único sentido. Es precisamente ahí donde no está claro si los saltos mortales son lo suficientemente hábiles y afortunados como para caer de pie, permitiendo y dando por bueno unos pasitos posteriores al aterrizaje.
"...escapando de la posibilidad
de repetirse pero, quizá, embarullando en exceso el resultado final".
Es la emoción uno de los conceptos que más parece haberse sacrificado. Al menos, en sus dos primeras obras era un sentimiento mucho más accesible. Para esta ocasión Vernon se atreve a perderse en un laberinto de sensaciones abstractas, tanto en lo emocional como en lo musical, como si de texturas superpuestas se tratasen. Texturas conjugadas con el objetivo de obtener un único sentido. Es precisamente ahí donde no está claro si los saltos mortales son lo suficientemente hábiles y afortunados como para caer de pie, permitiendo y dando por bueno unos pasitos posteriores al aterrizaje.
Hay que agradecer a Vernon su ambición. Emulando, sin quererlo, momentos vitales en lo creativo de bandas tan dispares como los Fleetwood Mac del "Tusk" o los Radiohead del "Kid A". La cuestión sigue estando en el mismo rincón, si esos discos, como el de Bon Iver, eran necesarios.
"22 (OVER S∞∞N)" abre el disco de una forma curiosa. Pese a todas las ideas que se plantan de golpe ante nuestras narices, el idioma es reconocible. El estruendo irrumpe con "10 d E A T h b R E a s T ⚄ ⚄" y Bon Iver sigue con su orgía de cacofónicos acoples, percusiones sintéticas y vocoder apocalíptico. Aunque quiere, sin embargo, no puede ocultar el alma de su composición y el estribillo saca la cabeza del engrudo creativo al que somete a sus propias melodías de una forma tiránica. Más vocoder, esta vez cálido, en "715 - CRΣΣKS" pero la comunión entre el riesgo y el talento no consigue levantar el tema. "33 “GOD”" es por el contrario una de las piezas más afortunadas del álbum y una de las muestras de que aquello a lo que sonó Vernon puede ser llevado a la práctica sin que el riesgo sepulte al arte.
"...no puede ocultar el alma de su composición y el
estribillo saca la cabeza del engrudo creativo al que somete a sus
propias melodías de una forma tiránica".
"29 #Strafford APTS" es una especie de country subyacente bajo más montañas de vocoder y arreglos que parece que quisieran ocultar la idea original. "666 ʇ" es otro de esos momentos de brillo, justo en los que la contención se convierte en una virtud enorme y el idioma es cercano al ya expuesto en las obras anteriores. En "21 M♢♢N WATER" se mantiene parte de la genialidad aunque se ve afectada por lo cargante del abuso de un inabarcable muestrario de arreglos. "8 (circle)" elige un sendero más tranquilo y reposado en todos los sentidos. Vernon mantiene la tensión melódica y emotiva a lo largo de un buen tema. "____45_____" vuelve a ser un callejón sin salida y cualquier cosa menos una canción. La despedida llega con "00000 Million", una composición de nuevo intimista a la luz de las velas y una amenaza de crescendo que no llega a culminarse.
Bon Iver rescata la necesidad de seguir dando pasos al frente dentro de cualquier carrera musical pero no está claro que el camino elegido sea el bueno. Es "22, a Million" un disco que pueda crecer con cada escucha y un disco que refleja lo que Bon Iver fue en sus dos primeras obras. Pero solo lo refleja, no llega a emularlo y a Bon Iver hay que pedirle que nos devuelva a los estados de éxtasis a los que nos llevó a finales de la pasada década e inicios de la presente. No vale con ejercicios de arrojo. O, por lo menos, no basta.
Bon Iver rescata la necesidad de seguir dando pasos al frente dentro de cualquier carrera musical pero no está claro que el camino elegido sea el bueno. Es "22, a Million" un disco que pueda crecer con cada escucha y un disco que refleja lo que Bon Iver fue en sus dos primeras obras. Pero solo lo refleja, no llega a emularlo y a Bon Iver hay que pedirle que nos devuelva a los estados de éxtasis a los que nos llevó a finales de la pasada década e inicios de la presente. No vale con ejercicios de arrojo. O, por lo menos, no basta.
Izkander FERNANDEZ
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