Run, ¿Esperar lo inesperado?




HBO se propuso alterar la sangre de sus telespectadores en la primavera del confinamiento con “Run”, una suerte de comedia de situación, con tintes románticos, lenguaje de road movie, ritmo imposible y guión perverso. La premisa inicial prometía: una mujer de entre 30 y 40 años recibe un mensaje en el móvil cuando está en el aparcamiento de un centro comercial. En el texto sólo se puede leer “Run”, corre. Ante este mensaje, Ruby Richardson, protagonizada por Merritt Wever (The Walking Dead, New Girl, Unbelievable y Godless, entre otras), decide dejarlo todo y correr para encontrarse con la persona que le ha enviado ese mensaje: Domhnall Gleeson (Star Wars) como Billy Johnson.

A partir de ahí, los siete episodios de los que está compuesta la primera temporada de la serie, pasan volando. Con una estructura anárquica, un ritmo endiablado y una sucesión de hechos aleatorio, el espectador no sabe bien a qué acogerse ya que cada vez que empieza a sentirse en un lugar común cercano a su zona de confort, el guión gira con estrépito y enreda para seguir enredando. Esto, como ocurre en el lenguaje televisivo, repercute directamente en la tensión que desprende la historia. Sin embargo, en “Run” todo pasa volando, todo se va como viene y, pese a que no da tiempo para aburrirse, la tensión apenas despega en algún momento.

Todo esto puede estar relacionado con el tono general de la serie. La irreverencia, el tono desenfadado y el desarrollo caótico pueden recordar a la ironía de Alfred Hitchcock. La presencia de la chica de oro de la televisión indie, Phoebe Waller-Bridge, ayuda a que todo parezca más alocado, sin llegar a los niveles de su propia creación, “Fleabag”. “Run” puede ser descrita como un cruce de Hitchcock, Twin Peaks, Fargo y una comedia romántica. Un poco de todo y mucho de nada, eso sí. 






Tras las casi tres horas que dura esta primera temporada, el final parece abrupto e inconcluso. Lo cierto es que no lo tenían fácil ni tampoco parecían quererlo. Aunque extender la historia y llevarla más allá es posible, cabría la posibilidad de quedarse con esta primera temporada como experiencia única, aceptable y eficaz como producto televisivo de consumo rápido.

“Run” lo basa todo en el ritmo endiablado y el horror vacui y pese a que no se plantea la reflexión como parte de su discurso, de acuerdo que su lenguaje tampoco es el indicado, sí que apunta algunas cuestiones que pueden ejercer de crítica respecto a la sociedad actual. El matrimonio, la familia, el éxito, el patriarcado, la ética, todo en torno a estos conceptos está expuesto al debate en las tres horas de la primera temporada de “Run” pese a que se presente de una forma encubierta o, directamente, liviana. 

“Run” parece un producto inteligente al que su fugacidad y su carácter furtivo parecen restarle valor. De acuerdo, se pasa volando y el aburrimiento no aparece por ningún lado. Sin embargo, la sensación de levedad y de olvido fácil no deja de planear sobre la serie. Verla no cuesta nada. La cuestión está en si verla de aporta algo. 

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