Los cuatro mejores discos de marzo de 2021
Está claro que 2020 será un cuerpo atípico en nuestra sucesión de recuerdos. Al menos ese periodo que va desde marzo hasta el verano. Pasamos la primavera encerrados entre cuatro paredes, aterrorizados por el drama ultra realístico que nos llegaba desde fuera, a través de unos medios de comunicación que en su gran mayoría no son más que adoradores del caos, el miedo y la discordia.
Tengo que hacer una confesión. Fui feliz durante esa primavera. Probablemente fui feliz porque mi propio egoísmo se veía saciado bajo aquella sensación de falso control de la situación. Nos habíamos mudado a una casa mucho más grande y mi madre y mi hermana, por su parte, estaban a salvo en su propia vivienda con una extensa terraza en la que poder respirar, caminar y tomar el sol. Siempre y cuando estuviésemos encerrados en casa, nada podía salir mal. Más tarde, bien entrado el verano, fui consciente de que nada era como yo había proyectado en mi cerebro. Todavía no era tarde para rectificar e intentar hacer las cosas de forma diferente. No obstante, seguía teniendo clara una cosa, y la sigo teniendo: la primavera de 2020, con todo el dolor, el miedo, la prohibición y la obligación de estar encerrado, fue una primavera feliz para mí.
En la fórmula que convierte ese oscuro periodo de nuestra existencia en una especie de sueño distante, al menos en lo personal, influyen diferentes elementos. El primero y, tristemente, el más importante, fue el teletrabajo. En cierta manera ese falso privilegio terminó convirtiéndose en un privilegio absoluto si comparamos mi situación con la de numerosos trabajadores que no tuvieron ni tienen esa suerte.
De la opción de poder trabajar desde casa como si en lo laboral no estuviese ocurriendo nada, y de la tranquilidad económica que esto producía, derivó todo lo bueno que vino después. En lo familiar, indudablemente, la opción de poder estar todos juntos. Todavía hoy pienso que en aquellos tres meses de teletrabajo compartí más tiempo con mi hijo del que iba a compartir en circunstancias normales en los próximos cinco o seis años. Y con mi pareja, si al principio nos asustamos acongojados por la posibilidad de que cien metros cuadrados y el teletrabajo fuesen losas excesivas para nuestra relación, la situación fue revolucionariamente reveladora: reducimos todo o casi todo a dos principios simples y básicos. Primero, tratar de vivir al margen de la angustia, el miedo y el estrés situacional sin dejar de estar informados. Segundo, darle la vuelta a la situación y divertirnos todo lo posible, aprovechando la oportunidad que nos daba la vida para ver crecer a nuestro hijo.
Antes de que un ejército de “opinadores y tertulianos” de esos que abundan en las redes sociales se me eche encima aclararé que claro que éramos críticos con nuestras propias decisiones. Que éramos conscientes de que nuestro hijo, como nosotros, necesitaba de un desarrollo social y pedagógico que obviamente nosotros no podíamos ofrecerle. Pero la situación era la que era y no existían más opciones. Se trataba de intentar ser felices o no. Aunque en nuestra vida, en nuestra relación, por obvio que parezca, el objetivo es siempre ser felices.
La tercera opción que me ofrecía el teletrabajo y la que tiene que ver realmente con el carácter de este humilde diario fue la música. Con lo cual, aclaro que en lo musical, si es que alguien venía buscando solo lo musical, esta entrada podría empezar a leerse directamente aquí.
El crudo confinamiento de marzo de 2020 me dio el teletrabajo y el teletrabajo me dio tiempo del que disfrutar junto a mi familia así como tiempo para escuchar toda la música que me diese la gana durante todo el día.
Un breve inciso autobiográfico. Llegué a la música, como fan, en 1991 con catorce años. Eran otros tiempos, no había mucho más que hacer así que leía sobre música y escuchaba música todo el tiempo. Era de los que iba con un walkman y auriculares por la calle casi en cualquier momento. En casa, mi vida estaba enfocada a cuántos discos iba a escuchar haciendo esto o lo otro. Si leía, colocaba varios discos en fila y decía, venga, hasta que se acaben todos. Si estudiaba matemáticas hacía lo propio. Así fui como estudiante. Llegué a la música, como periodista musical, en 1994 con diecisiete años. En 1999 tuve la suerte de ser profesional en periodos intermitentes hasta 2006, momento en el que empecé a ser una especie de freelance que escogió la ingeniería como vía definitiva de ingresos. De 2006 a 2015 trabajé prácticamente solo en una oficina en la que escuchaba música durante toda la jornada laboral. Y luego empezó el drama. Cambios de trabajo forzados, cambios de trabajo no forzados, llegada a un nuevo lugar y zas, se acabó la música. Desde 1991 a 2015, veinticuatro años, mi vida giró en torno a la música. A escucharla y a leer y escribir sobre ella. De repente, la nada. La oscuridad. Poco después, de repente, un big bang bañado en muerte y miedo como la pandemia que atravesamos. Y, de repente, el teletrabajo.
Proyecto en mi mente que durante marzo y junio de 2020 escuché unos 10 discos de media al día, volviendo a números anteriores a 2015. Volví a establecer un sistema de investigación que ya utilizaba en el pasado aunque en el pasado lo hiciera todo de una forma espontánea e intuitiva. Volví a escarbar en lo más profundo de la web en busca de todos esos discos que se publicaban y que habían sido publicados para mí pero que probablemente yo no llegaría a escuchar jamás si no llegaba hasta el último rincón del planeta.
En la fórmula que convierte ese oscuro periodo de nuestra existencia en una especie de sueño distante, al menos en lo personal, influyen diferentes elementos. El primero y, tristemente, el más importante, fue el teletrabajo. En cierta manera ese falso privilegio terminó convirtiéndose en un privilegio absoluto si comparamos mi situación con la de numerosos trabajadores que no tuvieron ni tienen esa suerte.
De la opción de poder trabajar desde casa como si en lo laboral no estuviese ocurriendo nada, y de la tranquilidad económica que esto producía, derivó todo lo bueno que vino después. En lo familiar, indudablemente, la opción de poder estar todos juntos. Todavía hoy pienso que en aquellos tres meses de teletrabajo compartí más tiempo con mi hijo del que iba a compartir en circunstancias normales en los próximos cinco o seis años. Y con mi pareja, si al principio nos asustamos acongojados por la posibilidad de que cien metros cuadrados y el teletrabajo fuesen losas excesivas para nuestra relación, la situación fue revolucionariamente reveladora: reducimos todo o casi todo a dos principios simples y básicos. Primero, tratar de vivir al margen de la angustia, el miedo y el estrés situacional sin dejar de estar informados. Segundo, darle la vuelta a la situación y divertirnos todo lo posible, aprovechando la oportunidad que nos daba la vida para ver crecer a nuestro hijo.
Antes de que un ejército de “opinadores y tertulianos” de esos que abundan en las redes sociales se me eche encima aclararé que claro que éramos críticos con nuestras propias decisiones. Que éramos conscientes de que nuestro hijo, como nosotros, necesitaba de un desarrollo social y pedagógico que obviamente nosotros no podíamos ofrecerle. Pero la situación era la que era y no existían más opciones. Se trataba de intentar ser felices o no. Aunque en nuestra vida, en nuestra relación, por obvio que parezca, el objetivo es siempre ser felices.
La tercera opción que me ofrecía el teletrabajo y la que tiene que ver realmente con el carácter de este humilde diario fue la música. Con lo cual, aclaro que en lo musical, si es que alguien venía buscando solo lo musical, esta entrada podría empezar a leerse directamente aquí.
El crudo confinamiento de marzo de 2020 me dio el teletrabajo y el teletrabajo me dio tiempo del que disfrutar junto a mi familia así como tiempo para escuchar toda la música que me diese la gana durante todo el día.
Un breve inciso autobiográfico. Llegué a la música, como fan, en 1991 con catorce años. Eran otros tiempos, no había mucho más que hacer así que leía sobre música y escuchaba música todo el tiempo. Era de los que iba con un walkman y auriculares por la calle casi en cualquier momento. En casa, mi vida estaba enfocada a cuántos discos iba a escuchar haciendo esto o lo otro. Si leía, colocaba varios discos en fila y decía, venga, hasta que se acaben todos. Si estudiaba matemáticas hacía lo propio. Así fui como estudiante. Llegué a la música, como periodista musical, en 1994 con diecisiete años. En 1999 tuve la suerte de ser profesional en periodos intermitentes hasta 2006, momento en el que empecé a ser una especie de freelance que escogió la ingeniería como vía definitiva de ingresos. De 2006 a 2015 trabajé prácticamente solo en una oficina en la que escuchaba música durante toda la jornada laboral. Y luego empezó el drama. Cambios de trabajo forzados, cambios de trabajo no forzados, llegada a un nuevo lugar y zas, se acabó la música. Desde 1991 a 2015, veinticuatro años, mi vida giró en torno a la música. A escucharla y a leer y escribir sobre ella. De repente, la nada. La oscuridad. Poco después, de repente, un big bang bañado en muerte y miedo como la pandemia que atravesamos. Y, de repente, el teletrabajo.
Proyecto en mi mente que durante marzo y junio de 2020 escuché unos 10 discos de media al día, volviendo a números anteriores a 2015. Volví a establecer un sistema de investigación que ya utilizaba en el pasado aunque en el pasado lo hiciera todo de una forma espontánea e intuitiva. Volví a escarbar en lo más profundo de la web en busca de todos esos discos que se publicaban y que habían sido publicados para mí pero que probablemente yo no llegaría a escuchar jamás si no llegaba hasta el último rincón del planeta.
Reconozco que al principio me dio vértigo. Al de un par de semanas noté que era feliz otra vez. Me tiré unos tres meses sin comprar discos. En cuanto pude y mi estado de ánimo me lo permitió, no sé cuánto dinero pude despilfarrar. Rastreaba, casi a diario, webs como Brooklyn Vegan, Stereogum, Pitchfork, Metal Injection, Revolver, Badok, American Songwriter y Album Of The Year. Entre marzo y junio volví a leer toda la prensa musical a la que podía acceder: Rockzone, Popular 1, Mojo, Uncut… De repente, sin comerlo ni beberlo, estaba exactamente en el punto donde lo había dejado en 2015.
Curioso. Tuve la sensación en el arranque de 2020 que en lo musical estaba siendo un año bastante flojo. Fue empezar a vivir la música con intensidad a mediados de marzo y sentir para finales de abril que la cosa había cambiado tremendamente y para bien. 2020 parecía un año espectacular en lo musical y lo que estaba por venir, parecía todavía mejor.
Me gustaría separar en este punto nuestra escena y la escena internacional. Las percepciones de años mejores y peores caben cuando a la semana te llegan una veintena de nuevas referencias a las que quieres hincarles el diente. Eso no ocurre en nuestra escena y, por lo tanto, la posibilidad de seguirla en tiempo real resulta mucho más sencilla menos estresante y, claro, más reconfortante.
Bien, lo que quiero decir es que a mediados de abril de 2021 no sé si 2020 fue tan bueno en lo musical como yo percibí, siempre centrándonos en la escena internacional porque en nuestra escena sí fue un año extraordinario y rico. ¿Qué me hace cuestionarme lo bueno que me pareció 2020? Exactamente el triste y paupérrimo arranque de 2021 que parece calcado al inicio del año pasado.
El cambio está claro: este año ya no hay teletrabajo, este año ya no existe la posibilidad de pasar más tiempo con mi familia y tampoco de “escuchar música como a mí me gusta escucharla”. He vuelto a la normalidad post 2015 con el agravante de que la vida es tremendamente extraña y cruel. Mi duda, con todo esto es, si esta vuelta a la angustiosa normalidad reduce mis opciones de disfrutar de la música. Si el estado de ánimo engorda la percepción en lo positivo y en lo negativo.
La verdad es que creo que sí. Aunque como casi siempre suelo estar equivocado en todo, espero que definitivamente no sea así. Espero que mi capacidad de apreciar la música no se reduzca únicamente a mi estado de ánimo y a la posibilidad de “escuchar música como a mí me gusta”.
Es algo que me ocurre desde hace años y estoy seguro de que mucha gente se sentirá identificada con mis palabras. A partir de una edad indeterminada o de un momento de tu vida indeterminado, la mochila musical en la que has trabajado durante toda tu vida tiene tanto peso y requiere tanto o más tiempo que la nueva música. En pocas palabras y explicado de una forma gráfica, si apenas tengo una hora al día para ponerme un disco y tengo la mente inflamada por el cansancio mental de la jornada laboral, ¿Prefiero un disco de Neil Young o de Itoiz como lugar común en el que cantar y tirar de recuerdo o prefiero un disco nuevo de una banda a la que apenas conozco pero que tiene toda la pinta de que podría gustarme? Pues bien, existe un día en la vida de todo mortal en el que se pasa una frontera y, a partir de ese momento, solo quieres escuchar directos de 1972 de Grateful Dead, a los Kinks, a Mikel Laboa y a todas esas bandas que descubriste en el instituto: Guns N’ Roses, Pixies, Nirvana, Negu Gorriak, Ama Say, Dead Can Dance, Su Ta Gar, Tad, Slayer, Black Sabbath, Motley Crue, Possessed, Nine Inch Nails, Emperor, Tori Amos, Led Zeppelin, Pearl Jam, Public Enemy….
Tengo miedo de que mi vida haya vuelto a eso. De que se esté enfrentando a esa frontera que jamás me gustaría atravesar porque eso significaría rendirse y prepararse para una muerte lenta y abotargada. La música me hace sentirme vivo, las bandas jóvenes me hacen sentirme vivo y querer seguir viviendo. No existe una gasolina más efectiva que esa ni tampoco existe otra boca del lobo que me parezca tan terrible como caer fagocitado a los pies del día a día del capitalismo del siglo XXI.
Si vienes a conocer los mejores discos de marzo, a partir de aquí.
Efectivamente, enero, febrero y marzo de 2021 me están pareciendo un solar en lo que a novedades discográficas se refiere haciendo hincapié en que hablo de la escena internacional porque en la nuestra las cosas van muy bien. Enero puede ser un mes poco representativo de cómo va a ser un año y, pese a todo, fue un mes del que disfruté. Febrero volvió a retomar el pulso de 2020. Marzo ha sido un auténtico solar. A 10 de abril de 2021 citaría el “For The First Time” de Black Country, New Road como mejor disco del año. Y apenas perdería el tiempo en recomendar “Drunk Tank Pink”, de shame, o “South Loop Summer”, de Hospital Bracelet. En nuestra escena, con sus particularidades y su ritmo, haber escuchado los nuevos álbumes de Eneritz Furyak, Olatz Salvador, Ibil Bedi y Konpost nos deja otra fotografía mucho más positiva.
Juraría que el mejor disco a nivel internacional o el que más me ha interesado en este marzo de 2021 ha sido “Songs From Isolation”, de AA Williams. Un dato tan bello, por el trabajo de la compositora e intérprete londinense, como crudo: quizá no sea ni un disco, quizá sea un ep o, simplemente, una recopilación de versiones que Williams fue publicando durante el confinamiento.
Lo que ocurre con AA Williams y “Songs From Isolation” es que el conjunto rompe con la primera impresión que causó escuchar cada tema, cada cover, por separado, a través de youtube y con entregas separadas a lo largo de semanas y meses. En la unidad del disco, la idea de Williams toma completo sentido, se disfruta mucho más e incluso se pueden llegar a entender sus intenciones.
Todas las versiones están llevadas a su terreno de una forma sobrecogedora e, incluso, pueden llegar a funcionar como temas propios si se desconoce el original. Todo es AA Williams en estado puro pese a tratarse de temas, clásicos, ajenos. Atmósfera intimista, luz tenue, velas haciendo danzar sus llamas, susurros desde la oscuridad, dramatismo y ternura.
La selección de temas es otro de los puntos fuertes del álbum. Todas las canciones son composiciones especiales e importantes para Williams y quizá salvo “Nights in White Satin”, la selección sirve como una particular recopilación de grandes singles del rock de las últimas tres décadas. Los clásicos de The Cure, Radiohead, Pixies, NIN, Deftones y Nick Cave muestran a una AA Williams cercana al oyente y es que, pese a que su planteamiento musical es particular y relativamente único, algunas de sus referencias musicales pertenecen al subconsciente colectivo en el que nos hemos desarrollado todos y todas.
Sobre el quinteto navarro de folk Ibil Bedi he insistido en numerosas ocasiones sobre el importante paso adelante que han dado gracias a “Beltxarga beltza” (ya sé que es de febrero pero de finales de febrero y por lo tanto resultaba casi imposible meterlo en el artículo de los mejores discos de febrero) respecto a su disco de debut, “Berandu baina garaiz”. Como no quería caer en el juicio fácil he vuelto a escuchar su primer disco en los últimos días. Y bien, reitero lo dicho. Ibil Bedi ha dado un precioso, preciso, gran y necesario paso hacia delante. Ese paso hacia delante tiene un título, “Beltxarga Beltza”, y una colección de canciones que ilusiona, emociona y que refleja la capacidad de nuestra escena para crecer y para llegar a lugares hasta ahora ajenos para nuestra música.
Hay una pregunta recurrente que me aborda desde hace unos años. ¿Por qué escribir sobre música? ¿Por qué confeccionar una suerte de libros de instrucciones que te explican por qué escuchar qué pese a que realmente nadie lo haya pedido nunca? Una de mis respuestas más recurrentes es que es por discos como este “Beltxarga Beltza”. Poder expresar con frases toda la emoción contenida que transmite la banda en cada tema, en cada golpe melódico, en cada cambio de tono y espacio musical. Poder expresar o, simplemente, intentarlo. Escribir para llamar la atención, para poner el foco en algo que no puede pasar desapercibido porque sería una injusticia. Escribir sobre el arte de otros simplemente para dar las gracias por tanta gratitud y calidad expresada mediante un cómputo de canciones apasionantes, gigantescas, tiernas, melancólicas y compactas.
Es “Beltxarga Beltza” una demostración compositiva. Un ejercicio melódico de primer nivel. Ibil Bedi se muestra cómoda entrelazando diferentes ambientes y melodías dentro de una misma canción. Algo que no está al alcance de cualquiera. Es más, es algo que solo está al alcance de los grandes. Pero si Ibil Bedi está o no en esa liga es algo que deberá demostrar en el futuro. Aquí y ahora, “Beltxarga Beltza” es como un número de magia repleto de trucos de ensueño.
El arranque con “Lorerik gabe”, el fraseo roto, el crescendo que no llega reventar a la primera pero sí a la segunda. Todo para llegar a un precioso estribillo cargado de emotividad acertadamente vestido desde el punto de vista melódico. “Basozain” y su planteamiento bañado en piano, los vientos, la forma en la que sube la intensidad hasta ese final… ese final. “Egurrezko eskuotan” es una caja de sorpresas metida dentro de otra caja de sorpresas dentro de otra caja de sorpresas. La cristalina calma inicial, la entrada de los instrumentos de cuerda, vuelta a la sentida garganta de Amets Aranguren, la tensión resuelta con la estelar aparición de Anari y, una vez más, otro final para enmarcar, con una nueva melodía, una nueva emoción. Sigue “Hiraeth” guiñando al trap y a la música urbana desde un folk intimista que integra el autotune y que recuerda al Bon Iver de la segunda época. “Huts” contiene un nuevo acierto en forma de vientos. Una composición reposada que te mece en un dulce sueño.
“Orain bat gara” parece una canción sobre el sexo recordado desde la nostalgia y que queda emparentado en cierto modo con “Losering”, de Whiskeytown. “Urrobi” sería la única incursión clave en algo que no sea folk o americana. Hay algo de arrojo punk, algo de peso, algo que no vuelve a aparecer y que no es un elemento común en el sonido de Ibil Bedi.
“Enegarrenez” devuelve a Amets al centro estratégico sobre el que pivotar emociones. “Eskerrak bideari”, la canción que casi cierra el álbum, resume a la perfección las capacidades compositivas de Ibil Bedi. La habilidad de meter una canción dentro de otra. La resolución melódica amparada en una clase incontestable. La ternura, el recuerdo, la nostalgia, la emoción… Todo esto es “Eskerrak bideari” y todo esto es Ibil Bedi. “Beltxarga Beltza” cierra definitivamente, como otro truco de mago, como un movimiento de papiroflexia, uno de los mejores discos de este año dentro de nuestra escena.
El siguiente disco que me ocupa es “Clamor”, de María Arnal y Marcel Bagés. Un disco que incluí en esta selección sin tener claro que mereciese estar pero que, con las escuchas pertinentes para confeccionar estas líneas, se ha presentado como una obra notable llena de brillo.
De alguna forma, “Clamor” se mueve por un terreno de ciencia ficción que comprende folk, música electrónica, pop y flamenco. Un lugar por el que, en una distopía plausible, se podría estar moviendo Rosalía sin no hubiese decidido querer ser una estrella a cualquier precio.
“Clamor” es un disco cálido, agradable y bienintencionado que explora la bondad humana y se refugia en un discurso positivo y comprometido pese a toda la pulsión negativa que despide la humanidad y su historia reciente. Un disco en el que María Arnal ejerce de voz y maestra del drama mientras que Marcel Bagés lleva la batuta orquestal con acierto. Un álbum de futuro que sorprende por la claridad de sus mensajes y lo certero de sus composiciones.
Para terminar con este mes de marzo, volvemos a nuestra escena con Konpost y su debut discográfico. Una de esas sorpresas de nuestra escena con las que ya casi nunca sueño pero que al final termina por materializarse. Un disco en el que uno puede escuchar algo cercano a Tom Waits o a Captain Beefheart por primera vez en euskara. Con composiciones redondas, mucho humor negro y crítico en las letras y el equilibrio necesario para que “Konpost” sea un disco recordado en las listas de mejores discos del año allá por diciembre.
Juraría que el mejor disco a nivel internacional o el que más me ha interesado en este marzo de 2021 ha sido “Songs From Isolation”, de AA Williams. Un dato tan bello, por el trabajo de la compositora e intérprete londinense, como crudo: quizá no sea ni un disco, quizá sea un ep o, simplemente, una recopilación de versiones que Williams fue publicando durante el confinamiento.
Lo que ocurre con AA Williams y “Songs From Isolation” es que el conjunto rompe con la primera impresión que causó escuchar cada tema, cada cover, por separado, a través de youtube y con entregas separadas a lo largo de semanas y meses. En la unidad del disco, la idea de Williams toma completo sentido, se disfruta mucho más e incluso se pueden llegar a entender sus intenciones.
Todas las versiones están llevadas a su terreno de una forma sobrecogedora e, incluso, pueden llegar a funcionar como temas propios si se desconoce el original. Todo es AA Williams en estado puro pese a tratarse de temas, clásicos, ajenos. Atmósfera intimista, luz tenue, velas haciendo danzar sus llamas, susurros desde la oscuridad, dramatismo y ternura.
La selección de temas es otro de los puntos fuertes del álbum. Todas las canciones son composiciones especiales e importantes para Williams y quizá salvo “Nights in White Satin”, la selección sirve como una particular recopilación de grandes singles del rock de las últimas tres décadas. Los clásicos de The Cure, Radiohead, Pixies, NIN, Deftones y Nick Cave muestran a una AA Williams cercana al oyente y es que, pese a que su planteamiento musical es particular y relativamente único, algunas de sus referencias musicales pertenecen al subconsciente colectivo en el que nos hemos desarrollado todos y todas.
Sobre el quinteto navarro de folk Ibil Bedi he insistido en numerosas ocasiones sobre el importante paso adelante que han dado gracias a “Beltxarga beltza” (ya sé que es de febrero pero de finales de febrero y por lo tanto resultaba casi imposible meterlo en el artículo de los mejores discos de febrero) respecto a su disco de debut, “Berandu baina garaiz”. Como no quería caer en el juicio fácil he vuelto a escuchar su primer disco en los últimos días. Y bien, reitero lo dicho. Ibil Bedi ha dado un precioso, preciso, gran y necesario paso hacia delante. Ese paso hacia delante tiene un título, “Beltxarga Beltza”, y una colección de canciones que ilusiona, emociona y que refleja la capacidad de nuestra escena para crecer y para llegar a lugares hasta ahora ajenos para nuestra música.
Hay una pregunta recurrente que me aborda desde hace unos años. ¿Por qué escribir sobre música? ¿Por qué confeccionar una suerte de libros de instrucciones que te explican por qué escuchar qué pese a que realmente nadie lo haya pedido nunca? Una de mis respuestas más recurrentes es que es por discos como este “Beltxarga Beltza”. Poder expresar con frases toda la emoción contenida que transmite la banda en cada tema, en cada golpe melódico, en cada cambio de tono y espacio musical. Poder expresar o, simplemente, intentarlo. Escribir para llamar la atención, para poner el foco en algo que no puede pasar desapercibido porque sería una injusticia. Escribir sobre el arte de otros simplemente para dar las gracias por tanta gratitud y calidad expresada mediante un cómputo de canciones apasionantes, gigantescas, tiernas, melancólicas y compactas.
Es “Beltxarga Beltza” una demostración compositiva. Un ejercicio melódico de primer nivel. Ibil Bedi se muestra cómoda entrelazando diferentes ambientes y melodías dentro de una misma canción. Algo que no está al alcance de cualquiera. Es más, es algo que solo está al alcance de los grandes. Pero si Ibil Bedi está o no en esa liga es algo que deberá demostrar en el futuro. Aquí y ahora, “Beltxarga Beltza” es como un número de magia repleto de trucos de ensueño.
El arranque con “Lorerik gabe”, el fraseo roto, el crescendo que no llega reventar a la primera pero sí a la segunda. Todo para llegar a un precioso estribillo cargado de emotividad acertadamente vestido desde el punto de vista melódico. “Basozain” y su planteamiento bañado en piano, los vientos, la forma en la que sube la intensidad hasta ese final… ese final. “Egurrezko eskuotan” es una caja de sorpresas metida dentro de otra caja de sorpresas dentro de otra caja de sorpresas. La cristalina calma inicial, la entrada de los instrumentos de cuerda, vuelta a la sentida garganta de Amets Aranguren, la tensión resuelta con la estelar aparición de Anari y, una vez más, otro final para enmarcar, con una nueva melodía, una nueva emoción. Sigue “Hiraeth” guiñando al trap y a la música urbana desde un folk intimista que integra el autotune y que recuerda al Bon Iver de la segunda época. “Huts” contiene un nuevo acierto en forma de vientos. Una composición reposada que te mece en un dulce sueño.
“Orain bat gara” parece una canción sobre el sexo recordado desde la nostalgia y que queda emparentado en cierto modo con “Losering”, de Whiskeytown. “Urrobi” sería la única incursión clave en algo que no sea folk o americana. Hay algo de arrojo punk, algo de peso, algo que no vuelve a aparecer y que no es un elemento común en el sonido de Ibil Bedi.
“Enegarrenez” devuelve a Amets al centro estratégico sobre el que pivotar emociones. “Eskerrak bideari”, la canción que casi cierra el álbum, resume a la perfección las capacidades compositivas de Ibil Bedi. La habilidad de meter una canción dentro de otra. La resolución melódica amparada en una clase incontestable. La ternura, el recuerdo, la nostalgia, la emoción… Todo esto es “Eskerrak bideari” y todo esto es Ibil Bedi. “Beltxarga Beltza” cierra definitivamente, como otro truco de mago, como un movimiento de papiroflexia, uno de los mejores discos de este año dentro de nuestra escena.
El siguiente disco que me ocupa es “Clamor”, de María Arnal y Marcel Bagés. Un disco que incluí en esta selección sin tener claro que mereciese estar pero que, con las escuchas pertinentes para confeccionar estas líneas, se ha presentado como una obra notable llena de brillo.
De alguna forma, “Clamor” se mueve por un terreno de ciencia ficción que comprende folk, música electrónica, pop y flamenco. Un lugar por el que, en una distopía plausible, se podría estar moviendo Rosalía sin no hubiese decidido querer ser una estrella a cualquier precio.
“Clamor” es un disco cálido, agradable y bienintencionado que explora la bondad humana y se refugia en un discurso positivo y comprometido pese a toda la pulsión negativa que despide la humanidad y su historia reciente. Un disco en el que María Arnal ejerce de voz y maestra del drama mientras que Marcel Bagés lleva la batuta orquestal con acierto. Un álbum de futuro que sorprende por la claridad de sus mensajes y lo certero de sus composiciones.
Para terminar con este mes de marzo, volvemos a nuestra escena con Konpost y su debut discográfico. Una de esas sorpresas de nuestra escena con las que ya casi nunca sueño pero que al final termina por materializarse. Un disco en el que uno puede escuchar algo cercano a Tom Waits o a Captain Beefheart por primera vez en euskara. Con composiciones redondas, mucho humor negro y crítico en las letras y el equilibrio necesario para que “Konpost” sea un disco recordado en las listas de mejores discos del año allá por diciembre.
Otro gran articulo, Izkander.
ResponderEliminarEl formato de mezclar apuntes biograficos y musicales me parece un acierto.
Seguramente sea una percepcion estrictamente personal, ya que mi ritmo de escuchas no es tanto como para hablar de objetividad, pero tambien tengo la impresion de que este 2021 no termina de arrancar en lo musical. Al menos no como el anterior. Bastantes discos notables por aqui y por alla, pero personalmente no encuentro casi nada sobresaliente. Es como si hace un año todavia se mantuviera lciertainercia de lo anterior, y ahora se haya quedado todo en standby hasta que vuelva esa tan esperada normalidad. Pero no se. Percepciones, como digo.
Lo que si se, es que por segunda vez, me llevo de aqui a A.A. Williams.
Eskerrik asko!! Bueno, no todo son apuntes biográficos. También hay algo de ficción. Estos textos tan personales buscan eso, mezclar algo similar a la prensa musical escrita, el diario real y la ficción. Mezclando datos de aquí y allá. Así que digamos que salvo en la parte de prensa musical, conocer la veracidad del resto depende de cuánto sepas de mi vida personal. En cuanto a tu teoría, no me parece descabellada. El año pasado mantuvo la inercia del anterior. En este definitivamente se está perdiendo esa inercia y parece que está costando tomarle el pulso a 2021. Vuelvo a hacer hincapié en el disco de Black Country, New Road como lo mejor que he escuchado este año. Y bueno, abril tiene mucha mejor pinta.... empezando por Euskal Herria con el disco de Ezpalak y siguiendo por el panorama internacional con Godspeed You! Black Emperor, Greta Van Fleet, Dinosaur Jr, Dirty Honey, Dry Cleaning, Heavy Feather, Genghis Tron, Jeff Rosenstock, The Limit, Motorpsycho, Tigers Jaw, Amends, Boir o Derby Motoreta´s Burrito Cachimba. El artículo con lo mejor de abril será un rompecabezas. Me alegro que te lleves a A.A. Williams. Lo cierto es que siempre es una delicia escucharla. Por último, darte las gracias de nuevo. Cuando empecé con el blog hace ya unos años siempre pensé que estaría más tiempo contestando a comentarios que escribiendo. Tristemente esto no ocurrió así. A veces es un poco desolador escribir sin saber si alguien te lee. Así que nunca podré dejar de agradecer el feedback. Un saludo.
ResponderEliminarBueno, en mi caso la parte realidad / ficcion logicamente se difumina, pero está bien que sea así. Creo que funciona muy bien, como decia.
ResponderEliminarDe esa nueva lista musical pues me toca añadir algunos nombres mas a los que ya tenía. Empezaré, ahora si, por el de Black Country New Road.
Y por aportar algo, no si has escuchado a Cassandra Jenkins. Su disco de principios de año es de lo mas bonito que he escuchado este 2021. Quizas ya lo conoces, pero si no, creo que te podria gustar.
Y por aqui, pues me quedo a la espera del articulo de abril, que promete. Seguiremos leyendo, claro!
Escuché el disco de Cassandra Jenkins unas tres o cuatro veces. Me hice trampas a mí mismo porque me entregué por completo a lo que recogía la primera canción del álbum pero finalmente el resto del álbum se movía por otros derroteros. Al menos eso es lo que recuerdo. Como lo tengo guardado en la carpeta de los discos que he escuchado "a conciencia", volveré a él estos días por si acaso.
EliminarEfectivamente, la primera canción despista un poco, pero a mí casi que me gusta más lo que sigue después. El primero de esta chica es muy bueno también, siguiendo en cierta manera esa onda mas "convencional". Éste de 2021 es mas contemplativo y a ratos directamente ambient, pero tienes cosas como "Hard drive" que es uno de esos temas que justifican un disco.
EliminarCuriosamente, el de Black Country New Road, siendo otra cosa totalmente diferente (y bastante descolocante, en el buen sentido), tiene momentos que en una primera escucha me han recordado puntualmente a éste. Creo que es otra cosa que me llevo ;-)