BRENT BEST "Your dog, Champ" (2015)
Hace más de medio año que Brent Best, el cantante de Slobberbone, sacó su primer disco en solitario. Como casi todo lo que ha hecho en su vida, pasó desapercibido. Y ya hace más de veinte años que el oriundo de Denton, Texas, empezó su carrera, así que ya son unos cuantos años pasando desapercibido. Los motivos, dejando a un lado las frases tópicas de “se me escapa”, “infravalorado” o “este mundo no se merece a alguien como él”, van de lo incomprensible a lo moderadamente razonable, teniendo en cuenta que, en efecto, el último de los clichés es completamente cierto. Esta mierda de mundo no se merece a un artista como él, precisamente porque no parece que él se sienta demasiado cómodo en este mundo.
Best agonizó durante cinco años para sacar este disco. Algunas de las canciones tienen más de diez años de vida. Y si en su carrera con Slobberbone no hizo otra cosa que sacar grandes discos, la pregunta es ¿por qué? Como les pasa a tantos otros, el proyecto se financió a base de donaciones desinteresadas o, para ser más exactos, realizadas por aquellos con un interés legítimo en que el material viese la luz. Best respondió con una carta abierta en la que relataba sin tapujos todas las dificultades que encontró para producir el disco. “Esto no era para una compañía”, dijo, “esto era para vosotros, directamente. Estaba agonizando con todo”. Es fácil observar esta agonía planeando por todo el disco, básicamente una historia sobre una familia disfuncional, con padre violento, madre pasiva e hijo incomprendido. Best pone al oyente en una situación delicada, al no hacerle cómplice de los sinsabores: el disco es básicamente acústico, sombrío, moderadamente melódico y apenas sobresalen canciones en una escucha superficial.
Pero, como ya descubrimos con el último disco de Slobberbone (el soberbio "Slippage", lanzado en 2002) y el primero de The Drams ("Jubilee Dive", 2006), una primera escucha nunca es suficientemente reveladora con las canciones de Best. Él es en esencia un narrador de historias, y el sonido no es lo realmente importante. Lo importante es lo que aquí se cuenta. Una compañía de discos puede decirte a qué debes sonar, pero no puede decirte lo que debes escribir. Y se ve que Brent Best no acepta ni una cosa ni la otra.
Es "Your Dog, Champ" un disco conducido por una tristeza sobrecogedora, un tormento que ya nos había anunciado en canciones legendarias como “Billy Pritchard”, “Meltdown” o “Josephine”, pertenecientes a las dos obras maestras de Slobberbone, lanzadas sucesivamente. "Barrel Chested" (1997) y en especial "Everything You Thought Was Right Was Wrong Today" (2000) eran discos de calado, tratados del rock americano escritos a golpe de botella y manejados por una desolación y un impulso iracundo y a la vez melancólico, una especie de enciclopedias del rock del centro del país en las que se definían las situaciones por su fealdad o su crudeza. Soledades, incomprensiones, frustraciones y anhelos se hacían hueco en historias sobre seres solitarios con amores platónicos por los que eran capaces de prender fuego a un pueblo entero. En cierto sentido, aquellos discos musicalmente se asemejaban a las mejores obras de The Bottle Rockets, en cuanto a ser demasiado rock para el country y demasiado country para el rock. Pero, a diferencia de las historias aparentemente sencillas de los Rockets, Slobberbone profundizaban en el dolor, sin parches, sin apariencia de sensatez. Se dejaban llevar. Su sonido viajaba de la crudeza de unos Replacements a la vertiente más acústica y reposada de los clásicos del rock americano de mediados de los 90, como Wilco, Son Volt o Jayhawks. Pero siempre con un punto de urgencia superior. La canción más punk de Uncle Tupelo era un cuento de hadas comparada con los arrebatos eléctricos que aquellos discos contenían. Y sería injusto olvidarse de "Crow Pot Pie" (autoeditado en 1994 y relanzado en 1996 con nuevas canciones), su debut, que poseía una crudeza evidente, incluso cierta temeridad (incluía una canción de 10 minutos) inédita en la escena de rock americano de aquellos años.
Best nunca tuvo miedo de envidar al oyente a embarcarse en su nave de disturbios emocionales. Los temas profundizaban en la psique y en las acciones, rebuscaban en todo lo que no se veía en canciones de rock americano sobre cervezas y novias del pasado. El punto frívolo del country rock ligado a la industria de Nashville es, por decirlo de manera sencilla, absolutamente ajeno a lo que es Brent Best, a lo que es y a lo que suena. Suena a que conoce de lo que habla.
Durante años, volviendo ocasionalmente con Slobberbone a dar conciertos en recintos reducidos, Best se dejó ir, incluso físicamente. Se dejó crecer el pelo y la barba hasta casi parecerse a Carlos Marx. No es que su humanismo ético pudiera asemejarse al de Marx, pero casi. Porque lo que hace Best en "Your Dog, Champ", es empatizar con el lumpen típicamente norteamericano hasta casi demoler cualquier posibilidad de mirar al mundo sin la necesidad imperiosa de cambiarlo, utilizando la única mano de obra de la cual ningún hombre puede ser desposeído: sus emociones. Porque los personajes de Best sufren, pero quieren soñar. Matan, pero quieren suicidarse. Se quedan quietos, sufriendo en su impotencia. “Mamá, siempre me decías que el único hombre bueno es el hombre muerto”, advierte antes de aclarar que su marido/padre es “un buen hombre ahora” porque “le arrastré hasta su cama y me quedé ahí riéndome mientras las sábanas se iban tiñendo de rojo”.
Entre las canciones que van descubriéndose con las escuchas, destacan “Daddy Was a Liar”, “Aunt Ramona”, la instrumental “Travel, Again”, “Clotine” o la delicada “It is you”, casi todas en un tono acústico con ocasionales arrebatos eléctricos y sobriamente acompañadas de armónicas, violines o banjos. Pero hay tres canciones realmente sobresalientes, que son “Queen Bee”, “Career Day” y “Robert Cole”. En estos tres temas es donde Best consigue romper al oyente por la mitad, con su voz y su cadencia únicas. Nunca busca el preciosismo, ni la precisión, ni la melodía fácil. Simplemente, en estas canciones la parsimonia deleita, el arpegiado resulta natural y hermoso, y su voz desgrana las historias con una profundidad asombrosa. Es en estos temas donde te dices que este tío es de verdad.
En la canción “Robert Cole”, el niño de ocho años está jugando “hasta que ella [su madre] chilló mi nombre y el grito vino hinchado de vergüenza y tristeza, me heló, con un dolor que simplemente no puedo definir”. Un padre que abusaba de ellos habitualmente hace daño a la madre, y el día antes de su cumpleaños sucede otro ejemplo del abuso. Y cuando Best dice que no puede siquiera definir su dolor… casi te hace sentirlo.
Pese a la tristeza, el oyente no puede dejar a un lado la lírica, rítmica, melódica y pausada que transcurre a lo largo del álbum. Me recuerda, en cierto modo, a un buen libro o una buena película donde aparentemente no pasa nada y que sin embargo no puedes cerrar o dejar de verla. Y Brent Best no tenía que confirmarse como uno de los mejores autores de su generación, pero por si hacía falta, ha dejado otra obra majestuosa que añadir a su impecable colección.
Y respondiendo a la pregunta de por qué este hombre pasa desapercibido, la respuesta no tiene nada que ver con la música, y sí todo que ver con lo que nos rodea. Slobberbone y Brent Best no triunfaron nunca porque su mirada es demasiado amarga, porque si Charles Bukowski era un perro maldito subversivo y alcoholizado, su homólogo del rock americano no va a ser menos. Porque su narrativa turbia y los acordes que desgrana no triunfan en la radio. Porque la industria musical no quiere saber nada de ellos. No hay pastel que degustar aquí; no hay canciones para la radio, no hay vídeos musicales con chicas explosivas ni melodías dulzonas sin sustancia. Todo lo que tenemos aquí es puro rock americano acústico sin adulterar, sin planificación, sin objetivos. La meta de un narrador es consustancial a lo que hace; su esencia, el trazo desdibujado de una versión de los hechos que no se detenga a calibrar las consecuencias. Sencillamente se trata de lo que diferencia a un hombre de un muñeco, a la verdad de la falsedad, a los de antes de los de ahora.
Manuel L. Sacristán
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