RICHARD HAWLEY "Hollow Meadows" (2015)


VUELTA A CASA.
El dark crooner británico recupera el pulso a su discografía.
 




RICHARD HAWLEY
Hollow Meadows
(2015) 


A los pocos compases de empezar su nuevo disco, resulta evidente que Richard Hawley ha vuelto al redil. Y, francamente, resulta inevitable agradecerlo. Esto no viene a significar una súbita renuncia a lo que nos hizo disfrutar su tenso "Standing in the sky’s edge" (2012), en la que el cantante británico abrazaba sin pudor el legado de otra de las gargantas profundas de los 90 y principios del presente Siglo, Mark Lanegan. Es sólo que este, su estilo de crooner mitad Sinatra mitad pop británico es a lo que nos tenía acostumbrados, y en él Hawley se había probado durante varios álbumes sucesivos como un referente absoluto, no ya del género crooner, sino en general del pop contemporáneo. Es, sencillamente, una cuestión de elegancia, de maneras, de saber que lo que uno tiene entre manos es lo que ha creado y patentado, sin atisbar rival ni acontecimiento que lo haga tambalearse. “Es un milagro que esté vivo”, declaró hace unos años, en alusión a su periodo de uso y abuso durante los 90. Imposible contener la alegría de que eso sea así, y disfrutar de esta nueva oportunidad que los designios divinos y los tratamientos de desintoxicación han tenido a bien proporcionarnos. “I still want you” es el regreso a casa tras el periplo de saturación, y abre el disco dejando un poso de hondura innegable. “The world looks down” se deja llevar por la dicotomía entre cierto optimismo en sus arpegios frente a la oscuridad del texto y la melodía vocal, mientras “Which way” es una pequeña resaca del anterior lanzamiento, con su ritmo poderoso y aun contenido, las guitarras apareciendo por los costados y el claro influjo de nuevo de Lanegan, que a estas alturas es evidente que se ha convertido en una referencia para todo el mundo, algo paradójico si tenemos en cuenta que sus mejores trabajos datan de 1992, 1996, 1998 y 1999. Hawley nunca llega a desatarse en "Hollow Meadows", ni en las texturas ni en la tristeza inherente a su estilo, quizá porque ha intentado hacer confluir, que no chocar, sus dominios. Así, “Serenade of blue” es puro Roy Orbison, de viaje por Twin Peaks, y “Long time down” es más alegre, incluso con un punto country, pero sin llegar a rebelarse, un poco a la manera de Johnny Cash en algunos ratos de sus American Recordings. “Nothing like a friend” es, lisa y llanamente, una gran canción. Aquí es Sinatra y no Lanegan ni Orbison, quizás porque cuando el de Sheffield nos cuenta cosas sobre abatimientos y derrotas varias, es cuando pasa de ser muy creíble a ser algo muy parecido a un maestro. La canción suspira y se deja mecer por armonías vocales que nadan agarradas de la mano por un río de cauce ancho, casi eterno. Es bonita, es honda, y su mensaje de “al final, no hay nada como un amigo” te agarra de las tripas, por cómo lo canta y por la cuna en la que deja reposar cada frase. Hawley tiene esta virtud, y en este tema por encima de cualquier otro llega sin esfuerzo a las cotas de Coles Corner (2005) y Lady's Bridge (2007), donde aun aportaba una luminosidad que desapareció por completo en el desapacible, y sin embargo buenísimo, Truelove's Gutter (2009). La virtud de Hawley es desnudarse sin complejos, desarmarse a sí mismo seguro de su porte, y dejar que su voz conduzca el proceso de desintegración emocional al que conduce al oyente, que durante cinco minutos se entrega, busca un hombro en el que apoyarse, se coloca al borde del llanto y suplica porque la canción no termine jamás. Así, aunque la segunda parte del disco baje ligeramente el nivel, “Tuesday PM” nos recuerda que McCartney es el padre con el que discutimos tantas veces, pero al fin y al cabo nuestro padre, “Heart of Oak” vuelve a dejarse llevar por la distorsión, y el final con “What love means” vuelve a dejar sellado que no hay nada como una reconfortante vuelta a casa. 7.5

Manuel L. SACRISTAN.



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